Editorial
Los desafíos actuales en la construcción de la verdad
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Por Ing. Jorge Calzoni | Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda
Cuando llega esta pausa, a la que noblemente me convoca este artículo editorial, los temas sobre los que quisiera estimular una conversación con la comunidad universitaria se atropellan, y confieso que no es fácil elegir, entre tantos aspectos que me comprometen, el que me parece más relevante. Este tiempo de intensa incertidumbre global, de una inestabilidad imprecisa y perturbadora, aporta lo suyo y entonces la tarea se hace aún más compleja.
Precisamente, porque ese es el marco en que estamos, las universidades de gran parte del globo sufren las consecuencias, no sólo económicas sino en cuanto a su funcionamiento. Las misiones sustantivas necesitan, inexorablemente, integrarse a partir de una gestión y una transferencia integradas.
Ya no se trata solo de extensión universitaria o de un diálogo de saberes. Es preciso que las comunidades puedan apropiarse de la transmisión y generación de conocimientos.
Y es que hay una tendencia generalizada a creer que “el conocimiento” se encuentra disponible en plataformas o redes; y esto es relativamente cierto. Hasta hace no mucho tiempo, ese conocimiento era posible encontrarlo en textos bibliográficos diversos, mas no era suficiente esa indagación para construir conocimiento verdadero. Se trataba solo del instrumento físico o digital, que siempre requirió de una mediación. La de los maestros, en la antigüedad. La de los/as docentes en nuestra contemporaneidad. Lo que nos lleva a reflexionar acerca de la veracidad del conocimiento.
Veamos, en el método científico contamos con hipótesis, tesis, demostración y verificación. Buscamos una verdad científica, no se trata de lo que nos parece, intuímos o percibimos: se trata de la búsqueda de la verdad. Lo que está en cuestión en las publicaciones es la autenticidad del conocimiento.
Sin embargo, en este tiempo de incertidumbres, nos interpelan con cuestiones básicas. Desde un terraplanismo ramplón que pone en duda todo, incluso lo demostrado y verificado científicamente, hasta las más insólitas postulaciones, como la que sostiene la no existencia de los dinosaurios.
Se pretende instalar, así, una extraña idea de que la verdad no es cierta a los ojos de cualquier observador (por ignorante que sea), mientras se propalan y se repiten —sin un mínimo de análisis— cualesquiera barbaridades hasta tornarlas “verdaderas”, contando, para ello, con una única “prueba”: su carácter viral. Si se viralizó, entonces es cierto. Esto pone en foco el concepto mismo de realidad.
Nos hemos formado, a lo largo de la historia del conocimiento, en que la puesta en duda de ciertas leyes o postulados se superara con nuevo conocimiento, siguiendo el rigor inexcusable del método científico: hipótesis, tesis, demostraciones y verificaciones, para contrastar marcos teóricos, con explicaciones sustentables y fundamentadas.
Lo que nos pasa hoy —como sucedió en otros períodos inciertos de la historia de la humanidad— es que creencias injustificadas son capaces de reemplazar al conocimiento fundamentado; no ya, con nuevo conocimiento, sino con percepciones peligrosamente cambiantes e interesadas. Y ese interés de carácter económico o político ya no se sustenta ni en la verdad ni en la realidad, mucho menos en el conocimiento científico, lo que trae aparejado un peligro inmenso. Darle la espalda a la necesidad imperiosa de actuar frente al cambio climático o descreer de las vacunas frente a enfermedades que vuelven a afectar a nuestras comunidades, para poner dos ejemplos particularmente dramáticos.
Además de otras tantas cuestiones que atesoramos, y por las que bregamos de manera incansable, también para esto son indispensables nuestras universidades públicas. No basta con lo escrito en libros o plataformas, hace falta mucho más: educación, en el vastísimo sentido de la palabra. Porque la única verdad es la realidad y si esa realidad es distorsionada, no habrá ni verdad ni respuestas concretas a los problemas que padecemos. Que son muchos y nos demandan que, para afrontarlos, pongamos manos a la obra.